Aprender de mis impresionantes Compañeros: Lecciones del Curso de Habilitación Docente
He tenido muchos cursos en mi vida, pero pocos tan humanos como el de Habilitación para la Docencia. En esta experiencia, descubrí que los mejores aprendizajes no vienen de los manuales, sino de las personas. Y que a veces los verdaderos maestros no están en la tarima, sino sentados a tu lado. Gracias a mis compañeros y compañeras por recordarme que enseñar es compartir, y que la docencia, al final, es un viaje conjunto.
APRENDER PARA VIVIRNUNCA ES TARDEINSPIRACIÓN PROFESIONALLIDERAZGODESARROLLO PROFESIONALSOFT SKILLSRESILIENCIACRECIMIENTO PERSONALMOTIVACIÓN LABORALHISTORIAS QUE INSPIRANREINVENCIÓN PROFESIONALCAMBIO Y ADAPTACIÓNFORMACIÓN CONTINUAAVE FÉNIX
Mariano Puerta
11/21/20253 min leer


Una de las experiencias más enriquecedoras que he vivido en este proceso de reinvención profesional ha sido, sin duda, el curso de Habilitación para la Docencia.
No tanto por los contenidos —interesantes e imprescindibles para avanzar en la enseñanza—, sino por las personas con las que compartí aula, todas excelentes y magnificas.
Aquel grupo humano me enseñó más de lo que podía imaginar. Fue un auténtico laboratorio de aprendizaje, convivencia e inspiración. Compañeros y compañeras de distintas edades, procedencias y trayectorias, unidos por un mismo propósito: enseñar para transformar.
Cada uno aportaba algo distinto: la experiencia, la ilusión, la creatividad o la empatía. En las conversaciones, en los ejercicios y hasta en las pausas del café se respiraban compañerismo, humor y respeto. Aprendí de todos ellos, sin excepción.
Y, por supuesto, de una persona muy especial que también formaba parte de ese grupo: mi mujer. Compartir aquella etapa con ella fue un regalo, un refuerzo constante y un recordatorio de por qué la educación tiene tanto poder: porque se vive mejor cuando se comparte.
Fue ella quien insistió en que realizáramos el curso, y, como tantas veces, tenía razón.
De mis compañeros aprendí más de lo que aprendí de algunos docentes. No lo digo como crítica, sino como constatación de una verdad sencilla: mis compañeros eran brillantes.
Entre los formadores, hubo dos que dejaron huella.
Una de ellas, una mujer cercana, funcionaria en excedencia que había elegido seguir enseñando por vocación. Amable, implicada, con una sonrisa que contagiaba motivación. Se notaba que disfrutaba enseñando y que entendía que el conocimiento se transmite mejor con calidez y empatía.
El otro fue un hombre que se había reinventado, proveniente del mundo de la banca. Tras una de esas reconversiones tan duras, transformó la exactitud y disciplina del sector financiero en herramientas pedagógicas. Cada sesión suya era clara, ordenada y ejemplar. Representaba, sin decirlo, la idea de que enseñar también es una forma de volver a empezar.
El resto de los profesores, mejor olvidarlos. Una mujer que debió ser brillante, pero ya no lo era: presentaciones deslavazadas, desorden y poco interés por lo esencial, los alumnos. Intentaba suplirlo con simpatía forzada y muchas tablas.
De la misma escuela, pero aún peor, otro hombre: sin tablas ni simpatía, escondido tras el ordenador en su mesa de profesor, con materiales antiguos, desactualizados… exactamente igual que él.
Completaba el cuadro una directora de centro que necesitaba formación, educación y, sobre todo, encontrar su vocación, porque este trabajo no lo era.
Y, por último, una montaña de despropósitos: una inspectora de la administración que despreciaba a los alumnos y que ni sabía, ni conocía, ni le importaba, ni tenía el más mínimo interés en nada, salvo en ella misma.
Sin embargo, también aprendí de ellos. Comparar lo pésimo te enseña a reconocer lo excelente; observar lo que no funciona te muestra con claridad lo que debes hacer para que el alumno crezca.
Hoy, cuando miro atrás, recuerdo ese curso con gratitud. No por los diplomas ni por los apuntes, sino por las personas que lo compartieron conmigo. Porque fueron ellas las que me demostraron que la docencia es un viaje compartido, donde todos aprendemos de todos.
Y que, en ocasiones, los verdaderos maestros son los que realmente quieren enseñar, incluso sin proponérselo.
Gracias compañeros/amigos, ha sido un placer vivir y compartir estos meses tan intensos, con vosotros.
— Mariano Puerta – Formador Certificado
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